La psicología de la salud en el enfrentamiento a la Covid-19 en América Latina
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2020Metadatos
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En la Asamblea Mundial de la Salud del año 2005 se aprobó el nuevo Reglamento Sanitario Internacional
(RSI), el cual entró en vigencia en el 2007. El reglamento anterior obligaba a todos los países miembros de la
Organización Mundial de la Salud (OMS) a notificar solo tres enfermedades: cólera, peste bubónica y fiebre
amarilla. Llegar a un consenso mundial para aprobar el nuevo reglamento tardó más de 10 años, y como
conclusión de ese largo proceso, se estableció que debía notificarse todo evento que pusiera en riesgo
la salud pública internacional. Ello significaba, en primer lugar, el compromiso de cada país para mejorar
sustancialmente las capacidades de vigilancia epidemiológica y de laboratorio, de manera prioritaria en los
puntos de entrada al territorio nacional.
La necesidad de modificar el RSI era una urgencia para la salud pública mundial, teniendo en cuenta el
incremento de la población y de la concentración urbana, así como del comercio entre países por vía marítima
y aérea. Los viajes internacionales por razones de trabajo y turismo igualmente se habían potenciado
y en menos de 24 horas hacían posible que miles de personas recorrieran países y continentes. El comercio
de alimentos de origen vegetal y animal había crecido notablemente exponiendo a humanos y animales a
nuevos riesgos biológicos. Se agregaban, además, los efectos del cambio climático y conflictos políticos,
que obligaban a millones de personas a seguir rutas nacionales e internacionales de desplazamiento y migración.
En tales contextos globales las posibilidades de surgimiento de amenazas a la salud en el planeta
se han hecho evidentes, como ha sucedido con enfermedades como el zika o el chikungunya, que han
afectado por primera vez a determinados continentes; con las epidemias de ébola, que se han extendido a
nuevos territorios africanos; o con la pandemia de influenza A H1N1 del año 2009, que se inició en nuestro
continente.
En el 2002 se conoció un nuevo coronavirus, que causaba un Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS,
por sus siglas en inglés), y en el 2012 apareció otro coronavirus, denominado Síndrome Respiratorio de
Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). Sin embargo, ninguno de estos resultó tan grave para la
humanidad como la actual enfermedad por coronavirus (COVID-19), causada por el virus SARS-CoV2, identificado
en diciembre de 2019 y notificado a la OMS en los primer os días del presente año.
El 30 de enero de 2020, luego de dos sesiones previas del grupo de expertos, el director de la OMS declaró
al nuevo coronavirus como una emergencia de salud pública de importancia internacional (ESPII), y el 11 de
marzo, considerando su diseminación por naciones y continentes, la declaró como una pandemia.
Todos los países del mundo han tenido que preparase y enfrentar la pandemia de la COVID-19, la velocidad
de transmisión ha sido muy alta y solo en semanas y meses se vieron afectadas personas de todas las
edades, en ciudades capitales y áreas urbanas. Luego la enfermedad se extendió a zonas más distantes,
afectando a comunidades rurales. Sin tratamiento comprobado ni vacuna específica, y con el personal sanitario
afectado y agotado; los servicios de salud comenzaron a mostrar deficiencias y en algunos casos su
incapacidad total para atender una demanda creciente de pacientes. El saldo de casos y vidas humanas
perdidas aún continúa incrementándose, señalando como principales grupos de riesgo a las personas mayores,
a quienes portan una afectación crónica a su salud, incluyendo la obesidad, y quienes se encuentran
en los sectores sociales con mayores vulnerabilidades.
Y es precisamente entre los grupos sociales que viven en situaciones de pobreza, en zonas urbanas densamente
pobladas, con viviendas precarias, compartiendo varias personas las mismas habitaciones, y con
trabajos independientes o informales, que perdieron súbitamente por la pandemia, donde los casos se
expandieron bruscamente, generando pacientes críticos y defunciones en porcentajes considerablemente
mayores respecto a otros estratos sociales. Desde esta perspectiva, la pandemia ha mostrado las profundas
inequidades sociales en la América Latina y caribeña, cuyos sistemas de salud, fragmentados y debilitados
por reformas previas, no alcanzaron a vigilar, prevenir y contener la nueva enfermedad.
Este virus ha cambiado la vida de la humanidad. Nunca antes poblaciones enteras tuvieron que quedar
confinadas por semanas y meses; cambiar hábitos y rutinas; usar una mascarilla; dejar de visitar a los seres
queridos; guardar distancias entre las personas; y someterse a una imparable emisión de información, proveniente
de diversas fuentes, tanto por los medios de prensa como por las redes sociales, lo que además ha
generado una afectación de la salud mental. Miedo, ansiedad, insomnio, depresión, temores de padecer la
enfermedad o que esta llegue a un miembro de la familia, a los padres, abuelos e hijos. Cientos de miles de
familias en nuestros países han pasado por la angustia de tener un familiar hospitalizado, al que no pueden
ver ni visitar, y, peor aún, al que no pueden despedir de una muerte anunciada.
Todos estos elementos de la salud mental y sus respuestas desde los servicios de salud, se presentan en
este libro, que recoge las experiencias de profesionales de la piscología en once países de nuestra región;
experiencias construidas en la práctica diaria, para dar respuesta, atención y seguimiento a diversas formas
de afectación del bienestar emocional de la población. Desde la Organización Panamericana de la Salud
(OPS) igualmente se han difundido guías y mensajes para tratar esta compleja situación en los individuos,
las familias y las comunidades.
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